sábado, enero 16

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  • Una catástrofe artificial
  • Los supervivientes haitianos intuyen que su Estado los da por muertos, pero no ahora, sino antes, al consentir la miseria
  • El Diario Vasco, 2010-01-15 # Irene Lozano
En previsión de tragedias como el terremoto de Haití, conviene tener a mano una jeremiada, una lamentación genérica acerca de los «zarpazos de la madre naturaleza» y palabras sentidas, de «profunda consternación» ante las «escenas dantescas». Por último, cabe derramar un par de lágrimas.

También podemos decir la verdad.

La verdad es que las catástrofes naturales no existen. Un terremoto es uno de los fenómenos más imprevisibles para los geólogos. Saben dónde se producirán, pero no cuándo. Aun así, se pueden aminorar sus daños. No es un milagro ni un prodigio. Es, como casi siempre, el sucio dinero.

Tras el terremoto de Kobe (Japón) que causó cerca de 6.000 muertos en 1995, las autoridades invirtieron millones de yenes en reforzar las carreteras y los edificios de las zonas sísmicas para que se mantuvieran en pie en caso de temblor, y construyeron refugios en parques públicos. Desarrollaron un protocolo de despliegue urgente del Ejército, bomberos y cuerpos de socorro. Desde la utilización de almacenes subterráneos hasta la monitorización por satélite, ningún aspecto se dejó a la improvisación. Cuando un nuevo terremoto sacudió la costa de Chuetsu en el 2007, murieron nueve personas.

Ésa es la verdad. No es la naturaleza la que se ensaña con Haití, sino la pobreza y la profunda desigualdad de una sociedad en la que el 1% de la minoría blanca posee la mitad de la riqueza, mientras tres cuartas partes de la población sobrevive con dos dólares al día.

¿Quiso la «madre naturaleza» colocar a centenares de miles de haitianos en los suburbios de Puerto Príncipe o Cité Soleil, viviendo en casas de adobe techadas de hojalata? En las imágenes que nos llegan de Haití no se ve a un bombero, un soldado, un policía. ¿Ha incapacitado la madre naturaleza al Estado haitiano para disponer de algo parecido a una fuerza de protección civil? Los ciudadanos están trasladando a los heridos en carretilla, a hombros o sobre improvisadas parihuelas. ¿Es que la crueldad de la Tierra con aquel país llega al punto de impedir que crezcan ambulancias en los cocoteros? Muchos de los heridos sólo lo han sido por unas horas: están muriendo en los hospitales. Los supervivientes intuyen que su Estado los da por muertos, pero no ahora, sino antes, cuando consentía, como si también se tratara de un desastre natural, la miseria, el analfabetismo y la enfermedad de los muchos frente a la riqueza, la corrupción y el abuso de unos pocos.

Ésa es la verdad. Y merece unas lágrimas, en todo caso.

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