sábado, enero 16

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  • El color de la tragedia
  • Málaga Hoy, 2010-01-16 # Juan López Cohard
Cómo escribir sobre cualquiera de los problemas que nos atañen con las sobrecogedoras imágenes de la catástrofe acaecida en Haití impresas en la retina? ¿Cuán de importantes pueden ser nuestras penurias económicas, políticas o sociales cuando la muerte, el dolor y la pena se ceban en uno de los pueblos más pobres y desgraciados de la tierra? La tragedia no tiene otro color, y siempre ha sido así, que el de los hermanos más débiles y desafortunados que pueblan nuestro esférico mundo. Cuando sucede una catástrofe natural en las zonas ricas de nuestro planeta, siempre se han de lamentar numerosas pérdidas materiales, económicas, de patrimonio artístico o de infraestructuras, pero siempre pocas de vidas humanas, por dolorosas que igualmente sean estas pérdidas. Pero cuando la tragedia ocurre en pueblos como el haitiano, poca pérdida material hay que lamentar, siempre es cuantiosa en sobremanera la pérdida de vidas humanas y el dolor se incrementa proporcionalmente con la magnitud de la tragedia.

El paisaje dantesco que nos muestran las imágenes es conmovedor. ¿Quién puede mantenerse ajeno a ese pavoroso infierno en el que están viviendo los haitianos? Cadáveres, heridos, alaridos y lamentos indescriptibles hacen de Haití la estampa que siempre nos han dibujado del infierno. Ante esa panorámica ¿qué importan nuestros problemas de ricos venidos a menos? El único consuelo que nos puede quedar es ayudar a esos seres humanos en los que la desgracia se ha cebado.

Pero la desgracia ajena no aqueja al espíritu de todos por igual. Para algunos, en los que debe prevalecer el amor por los hermanos que sufren, esa desgracia no es comparable con la que existe en España por causa, según él, de que en nuestra sociedad imperan el materialismo y el pecado. Para el obispo Munilla, rechazado por los curas vascos, según parece, por no ser nacionalista y ser ultraconservador, lo ocurrido en Haití no es nada comparado con lo que ocurre en nuestra sociedad materialista y laica. Después de su odiosa comparación el recién incorporado obispo de la diócesis de San Sebastián se ha calificado por sí mismo. No es de extrañar que el rebaño se rebelara contra su pastor. No es que no sea o deje de ser nacionalista, es que no merece ostentar la función de obispo en una Iglesia que pregona el amor al prójimo. A este pastor de ovejas le importa un bledo que a sus ovejas las haya matado el lobo. Que sus ovejas estén esparcidas por el suelo muertas o heridas dando balidos agónicos de dolor. A éste pastor de la Iglesia Católica, tan sólo le interesa que sus ovejas sean ovejas y no pécoras. Tan aberrante posición ante una desgracia humana, cualquiera que sea, pero especialmente de tan gran magnitud, ha de hacer pensar a muchos católicos. El obispo Munilla no es toda la Iglesia, pero es una parte importante dentro de ella. Sus opiniones pueden no ser las opiniones de la Iglesia, pero forma parte de la opinión de la Iglesia. Y si la Iglesia no participa de esas opiniones que lo degraden a sacristán. No merece más.

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